jueves, 29 de abril de 2010

JUAN JOSÉ CAMPANELLA : EL ETERNO DESCUBRIMIENTO


No soy distinta a los demás. O sí. Mis conocidos me dicen que soy “un perro verde”porque, a veces queriendo y otras sin querer, voy contracorriente, como si avanzar remontando el río fuera más fácil. No lo es. Lo sé. Pero se hace más interesante. Me ocurre en todos los ámbitos de la vida. Y también en el cine.


Me desvío del cine comercial, y aunque no lo desdeño por sistema, suelo ver películas alejadas de los llamados “taquillazos”. Entre ellas las hispanoamericanas. Recuerdo la primera película argentina que vi, disfrutándola con verdadero deleite. Como un tango de Gardel. “Un lugar en el mundo” de Adolfo Aristarain. Pese a no entender casi la variante lingüística, me perdí en el voseo con agrado. Además, los sentimientos, el lenguaje de las miradas, no tienen acento. Luego llegó otra, “Martin ( hache)”, coproducción con España, mismo director, casi idénticos protagonistas. Y ahí decidí que me gustaba el cine porteño.


Dejé de verlo porque, entre otras cosas, aquí se emitían pocas películas procedentes del sur del Río Grande y no había internet a los niveles que hoy disfrutamos. Salvo “Como agua para chocolate”, “Fresa y Chocolate”, “La Estrategia del Caracol” y “Amores perros” pocas producciones alcanzaron la cima como aquella en la que Federico Luppi y José Sacristán se las tenían tiesas en un duelo interpretativo de los que hacen época.


Pero, como ya advirtió Benedetti, “El sur también existe” y se empeña en asomar la cabeza reinventándose en cada instante. Así llegó él. Lo descubrí cuando todo el mundo empezó a hablar aquí de una película de aquellos lares. “El hijo de la novia”. Aunque sin saberlo, muchos años antes, había oído hablar de su primer proyecto anglosajón, producido con capital norteamericano, “El niño que gritó puta”. La crítica más sesuda lo elogió y enmarcó en un ámbito oscuro, propio de cine independiente. Con razón. Porque el filme es aterrador. Justamente, en la sobremesa, han emitido un pequeño documental sobre su trayectoria y el mismo Juan José, confesaba que casi tuvo que convencer al elenco de actores para que participaran en el rodaje. Como curiosidad, nos encontramos en el cast a un jovencísimo Adrien Brody. Recomiendo la película, sobre todo a los espíritus sin prejuicios con estómagos y sentimientos a prueba de bombas.


A prueba de bombas nos dejó Campanella el corazón en “El hijo de la novia”. Donde, para más inri, conocimos a Ricardo Darín que, como dije en alguna parte, debería ser patrimonio de la Humanidad. Su único defecto y a la vez su mayor virtud es su origen bonaerense. Me explico: Probablemente, estoy casi segura, que mucho público se pierde su talento por el hecho de hacer películas hispanas. No creáis que aquí no pasa. Al contrario. El comentario, “Bah, es española, no voy”, es un a priori que a veces, muchas veces, me ofende. Más porque luego pagan por algunos inventos facturados en USA, que son más bien de usar y tirar. Qué demonios, de tirar directamente. Que dan vergüenza ajena. Pero ya nos cantaba Serrat: “Cada loco con su tema, contra gustos, no hay disputa”.


”El hijo de la novia” me hizo volver a creer en la belleza de lo simple. La lírica de la cotidianidad. Y pensé que las cosas más sencillas son a la vez las más importantes – la semana pasada la pasaron por TCM, y me sorprendí viéndola de nuevo. Terminé con la mirada empañada. Otra vez -. Recuperé poco a poco la filmografía de Juan José a lo largo de este tiempo: “Luna de Avellaneda”, “El mismo amor la misma lluvia”, e incluso “Vientos de Agua” pueblan las primeras filas de mi estantería.


Más tarde, sobresaliendo entre otras muchas, “House MD”. Porque también tiene ese registro y esa ventaja. Es un ser fronterizo: Puede entender y asumir para sí el espíritu norteamericano más profundo a pesar de ser, en palabras de Fernando Castets, antiguo amigo y asiduo co-guionista,“un argentino hasta la médula”. Porque si “House MD” es una serie distinta, lo es más cuando Campanella la lleva de la mano. Me permito analizar sus episodios y no puedo por menos que conmoverme: “Un día, una habitación” (“One day, one room”), se queda en mi memoria, por esa contención, por las miradas y los gestos. Implacabilidad y ternura. Negación y comprensión. Miedos y fantasmas. Contradicciones. Hugh Laurie y Katheryn Winnick – la actriz que interpreta a Eve, la chica violada- , se entremezclan, inexorablemente, con Soledad Villamil y Ricardo Darín en una categoría única, sólo reservada a los que nacieron para transmitir emociones porque, ¿Cómo se puede decir tanto sin decir absolutamente nada?. Repaso el segundo y no puedo por menos que reflexionar que deberían dejarle meter baza en el guión. Tanto éste, “Lo que haga falta” (“Whatever you takes” ), como el tercero de la saga,”Ven, gatita”(“Here Kitty”), flaquean algo en la historia y hacen que el resultado no quede tan redondo. Este punto se confirma en los últimos que hemos visto. “El caballero y la muerte” (”Knight Fall”), en el que todo es perfecto: Toques de humor, drama, y un caballero del imperio que mejora con los años como el buen vino y al que no le importa hacer lo que sea si lo exige el guión, pese a la intermediación de algún cajón abierto inoportunamente. Bromas aparte, ¿Por qué será que no veo descabellado que en un futuro el mismo Hugh Laurie compartiera destino con Ricardo Darín?. Supongo que, si soy capaz de pensarlo yo, al propio Campanella también se le ha pasado por su despoblada pero brillante cabeza. Y en el quinto, que nunca es malo, “The choice”, Juan José hace la mejor elección: Una trama llena de ritmo que te seduce desde el principio, y que redondea en los tres cuartos de hora de rigor, dando como resultado uno de los mejores episodios de la temporada. Ni que decir tiene que espero que reincida en la séptima.


Y en medio de la vorágine televisiva llega, como una anécdota, porque era lo que tenía que ser y punto, el segundo Oscar para el cine argentino. Después de “La Historia oficial”, “El Secreto de sus ojos” ha sido galardonada con el premio a la mejor película en lengua no inglesa. Pero casi estoy por apostar que podría haber competido en igualdad en la categoría general, al menos en lo que a la calidad se refiere. Curiosamente, Pablo Rago, el actor que da vida a Ricardo Morales en la última de Campanella, también participó en ese primer hito del cine argento, cuando, según veo en su ficha de IMDB, apenas tenía trece años. Será que los buenos actores nacen pero luego también se hacen con la paciencia de un buen guiso, a fuego lento.


Si por mí fuera comentaría más de una escena - la del despacho del juez, la del estadio, el interrogatorio, la despedida en la estación...-, pero prefiero detenerme en la sensación que me produjo el final. Como dice Juan José en el audiocomentario de la cinta, el espectador sabe que algo va a pasar. Y sí, cuando el personaje de Darín vuelve a la finca y el plano se abre, justo cuando entra en esa estancia como de pesadilla, no puedes evitar dar un respingo en el asiento. Por un momento crees que te confundiste al cargar el DVD y que Hannibal Lecter aparecerá para saludarte. Pero no. Es aún más terrible. Te encuentras frente a frente con la decrepitud más absoluta, desnuda y sin adornos. Y Benjamín, como nosotros, se asombra ante lo que contempla: La plena negación del ser humano, que sólo lo es por fuera pero que ha perdido el alma en el camino, cuando casi nada le diferencia de los animales porque apenas  conserva el don de la palabra. Que ya ha renunciado a ser persona y que ni tan siquiera pide clemencia porque, como también se dice, hace años que perdió toda esperanza de obtenerla. Esas palabras, apenas susurradas: “Por favor, dígale que aunque sea, me hable, por favor”, te hacen pensar y te hacen sentir incómoda. Se te hace un nudo bien prieto en la garganta y al momento te invade un sentimiento de culpa y angustia: Sin querer, compadeces al verdugo a la vez que odias a la víctima de un modo que no puedes explicar ni controlar y un escalofrío te recorre. No somos responsables, es lo que hay; nos enseñaron que había que ir con los buenos y que los malos eran siempre los indios. Después de eso, poco más se puede decir. Nada. Mejor no decir nada. Yo tengo claro lo que sucedió sin que nadie me lo cuente: Sabiendo el modo de ser de Benjamín Espósito, no me cabe duda de que dio cuenta en el juzgado de la situación. Porque, al fin y al cabo, por eso luchó el amigo Sandoval, dando hasta la propia vida en la batalla. La visita al cementerio es el modo de sellar de nuevo el compromiso de amistad y de justicia. Es más, liberarse de ese obsceno equipaje es un paso necesario para que la juez y el oficial comiencen de cero su historia de amor. Y ésa sí que no hace falta contarla.


Lo mejor de todo, y que para mí tiene un plus de emotividad, es que me topé con esta película mucho antes de verla, de manera un tanto curiosa. De primera mano y sin esperarlo. Corría Junio del año pasado. Bajo un calor sofocante, salíamos del Teatro Calderón, en el centro de Madrid, mi sobrina, unos amigos y yo misma. Javier Godino protagonizaba “A”, la segunda obra de teatro musical montada por Nacho Cano


Para quien no lo sepa, Nacho, después de llevar la más exitosa carrera en el mundo pop español y latino con su grupo, “Mecano”, se lanzó a la aventura teatral para montar una historia basada en las canciones que durante 25 años había compuesto al alimón con su hermano José María. Los españoles, que conocemos a Nacho como el "enfant terrible" de la música patria, no nos sorprendimos y dijimos, ¡¡¡Hala, ya se le ha ido la olla ( = cabeza) otra vez al Cano!!!". Pero lo cierto es que siempre hace gala de un arrojo más propio de un kamikaze, porque perfectamente podría vivir de las rentas. Supongo que sólo así puede presumir de haber descubierto a Penélope Cruz o de haber elegido, entre no sé cuántos aspirantes, a Javier Godino como coprotagonista en ese viaje de locos.




Como suponíamos, los actores fueron saliendo y parándose un ratito. Godino especialmente: Le comentábamos que habíamos ido varias veces a ver su obra anterior y que era la primera vez que acudíamos a ver “A”. Estaba especialmente interesado en saber si el montaje nuevo, más audaz y menos conocido, nos había gustado. Y entre comentarios varios sobre sus próximos proyectos, salió el tema:

- He hecho una película muy bonita en Argentina, se estrena en Septiembre – dijo Javier bastante ilusionado.
- ¿Ah, sí? - pregunté yo, súbitamente más interesada. Había pronunciado la palabra mágica, “Argentina”.
- Sí, no puedo hablar mucho aún, pero te diré el título. “El Secreto de sus ojos”
- Vaya, suena sugerente… Habrá que verla – repuse yo.

Nos despedimos dándole las gracias por su paciencia, encantados de la vida porque, pese a las tres horas de función, cantando y bailando, el tipo fue amabilísimo, nos firmó los libretos del espectáculo, nos sacamos fotos, e incluso yo, mientras la charla continuaba,le saqué unas cuantas más a traición.

- Javier, no temas, no voy a venderlas – aclaré en un tibio amago de disculpa mientras disparaba mi cámara, a la que, por una vez y felizmente para mí, no se le acabaron las pilas.
- No creo que te pagaran mucho – dijo él, partiéndose de risa.


Al día siguiente, cuando conecté a internet, lo primero que hice fue teclear en IMDB el nombre que Godino me dio. Como suponéis, me gustó lo que vi. No pude por menos que soltar un “¡¡¡Guau!!!”. Campanella, Darín y Godino juntos. De esa mezcla no podía salir nada malo.


El resto es historia. Historia del cine…

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1 comentarios:

Geno dijo...

Ufff, que lista de titulos ofreces, unos ya vistos y otros no pero en lista de espera. Como ya comenté alguna vez el cine argentino me da pereza pero una vez que me decido a verlo me encanta. "El secreto de sus ojos" la ví hace poco y mepareció preciosa.

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